domingo, 24 de octubre de 2010

Libro sobre psicochamanismo

Si a usted le gustan la meditación, los sueños y las aventuras ajenas, este libro podría ser de su agrado. Yo lo he leído con mucho gusto, estoy segura que ha cambiado algunas cosas aquí y allá en mi vida, y me ha ayudado a organizarme en lo que a voluntades se refiere. No es un libro de autosuperación, es un libro de autoconquista. No se deje convencer por los resentidos que le dirán que si una cosa que si otra, ni se deje convencer por mí que si es esto o aquello; juzgue por usted mismo.

El collar del tigre, psicochamanismo y vida; de Cristóbal Jodorowsky. Descárguelo aquí.

Dos tipos de sueños lúcidos

Tengo dos tipos de sueños lúcidos, los que me ayudan y los que me entorpecen. Voy a dar un ejemplo de cada uno:

1.       Sueño lúcido liberador:
Llego a una plaza donde debo esperar a una chica para tomar el autobús o el tren juntas. Cruzando la plaza veo un policía o guarura, y me decido a preguntarle por dónde se llegaba al otro lado; este me dice que hay que bajar las escaleras de la plaza, que me siga derecho y las veré, aunque de lejos parezca que no hay nada. Entonces caminamos unos cuantos metros y seguimos sin ver escaleras, voy fijando mi vista al piso para encontrar algún camino secreto; de pronto llego a una orilla abismal y a mis pies están las escaleras, una construcción al parecer peligrosa: Cada escalón es de diferente tamaño y amplitud, así que para bajar algunos niveles había qué brincar, y en otras debíamos poner cuidado en pisar por angostas superficies. Cuando hemos llegado a la parte más vertiginosa, aprieto los ojos y me digo a mí misma: Esto tiene que ser un sueño, de ser así, estas escaleras tienen que reorganizarse a manera  que pueda bajarlas sin peligro, pues no tengo ningún motivo para desear que este camino sea más difícil de lo que parece. Al abrir los ojos las escaleras eran regulares, como las que vemos en la vida real; así bajé campante y terminó mi sueño.

2.       Sueño lúcido entorpecedor:
Soñé que estaba buscando un baño público; lo encontré en una sala de espera donde sentados, vi a dos de mis amigos de la universidad, con quienes ya no tengo contacto. Ellos se besaban en frente de mí y parecían no verme, yo hacía ruido, me movía y les hablaba pero ellos no me escuchaban. Me di cuenta que estaba en un sueño porque no estaba participando de la misma realidad, entonces me senté a ver su espectáculo que ya subía de tono. Al sentirme un poco contagiada de la calentura me imaginé que yo estaba en medio de ellos; al no conseguir sentir sus besos reales, y darme cuenta que mi calentura era intelectual y no sensitiva, me aburrí y me desperté.

Cuéntame tus sueños lúcidos.


Bautismo lunar, un primer acto psicomágico

Después de muchos años de revelarme contra la psicología y la religión, me di cuenta de lo mucho que me servían como herramientas para mejorar mi vida espiritual. Tuve que pasar por una oportunidad de reencuentro que me fue un poco dura dejar venir; había pensado por mucho tiempo que aquellos filósofos o buscadores de verdades, quienes habrían terminado recurriendo a su fe para explicarse las locuras de sus propias vidas, en realidad eran perdedores, pues habían fallado en su tarea. ¿Pero quién nos dice que la fe no es una verdad? Si para evolucionar hemos tenido fe en nosotros mismos.

No voy a ahondar en mi opinión personal sobre la fe, ni nada por el estilo. En esta ocasión vengo a contarles sobre mi primer acto psicomágico. Si alguno de ustedes no sabe lo que es la psicomagia, los refiero a este amplísimo blog escrito por Alejandro Jodorowsky y familia, en donde podrán encontrar una definición más acertada de actos psicomágicos. Para aquellos que al leer el nombre de este personaje, sienten como si un botón les activara un desagrado, sería bueno se preguntaran Por qué. En lo personal, soy seguidora ferviente de las enseñanzas de Alejandro y Cristóbal. No son mis ídolos, sino que sus vidas personales son un tanto parecidas a las mías, pues extrañamente tenemos tanto en común.

Los actos psicomágicos son como el más alto nivel de un acto simbólico, ya que tienen como función descodificar al inconsciente para sanarnos de traumas y problemas existenciales. Cuando yo supe de la existencia de un acto psicomágico, tenía ya mucho tiempo realizando actos simbólicos, lo que hemos escuchado mencionar como Arte terrorismo, poesía terrorista, terrorismo poético. Ponerse azúcar en los labios para besar al enemigo es un buen ejemplo de un acto simbólico.

De esta forma pues, elaboré mi primer acto simbólico para sanarme de un pasado lleno de dolor y malentendidos. Le llamé bautismo lunar porque lo realicé bajo la luz de la luna llena de Octubre, y porque tenía que ver con el bautismo cristiano. A saber, el que no haya leído mis publicaciones anteriores, o lo haya simplemente olvidado, fui criada en una familia católica, muy ferviente; mi nombre, palabra cargada de significados religiosos, se llenó a través de los años de pesados traumas y asociaciones maléficas para mi lado espiritual. Entonces, organicé un ritual para desbautizarme cristianamente (ritual al que fui impuesta a pocos meses de mi nacimiento), para romper con aquella obligada relación que guardé con Jesucristo, y a su vez, liberarnos el uno de cualquier responsabilidad del otro.

Vestida de blanco, a las 9 de la noche del día 23 del mes de Octubre, durante la luna llena, realicé un acto de liberación cristiana en nombre de la luna, madre cósmica y arquetípica que me asistiría a renacer como un nuevo individuo, ahora con un nombre nuevo (que yo he escogido cautelosamente y pensado por años). Para liberar a Jesucristo de mí misma y viceversa construí un pequeño altar con velas, doce flores de loto (artificiales, de papel blanco, que yo misma elaboré) creando un círculo alrededor mío y de mis tres invitados: dos mujeres y un hombre, disfrazados con máscaras de gato (mis animales sagrados). En el altar coloqué un Cristo de cerámica, un martillo y un cincel; un gran lavabo que contenía agua y siete caracolas. Con pintura roja me cubrí las manos, di la bienvenida y recité la explicación del ritual. Con ayuda de los gatos sagrados hice algunas lecturas, rompí el Cristo en cuatro pedazos, separando brazos y cabeza del tronco; me lavé la sangre simbólica del pecado original y se me fue entregada una llave que representa el interruptor para entrar a la dimensión no racional de la mente y evitar la involución, que colgué alrededor de mi cuello. Fui rociada con agua en la cabeza a manera de desbautizo y después leí en voz alta un poema de Jaime Sabines, titulado La luna, que transcribo aquí para ustedes:

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieres ver.

Lleva siempre un frasquito del aire de la luna, para cuando te ahogues, 
y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte y los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.


Este fue el primero de mis actos simbólicos con el fin de buscar una mejoría, una sanación personal. Espero que no sea el último.

lunes, 23 de agosto de 2010

Resolviendo inquietudes a través de los sueños

Comencé a escribir mis sueños desde los once años de edad. Al principio era solo una manera de mantener una especie de diario que no contara obviedades (según yo) y al final se convirtió en un ritual que, hasta el día de hoy, conservo.

Muchas personas manifiestan no tener sueños, o rara vez acordarse de ellos, lo cual a mí me robaría la salud, en mi particular caso; sin embargo en algunas facetas de mi vida me ha sido difícil, y más que en otras, recordar mis sueños. Le llamo Mi tolerancia, es una forma de darle nombre a ese candadito que no me deja recapitular lo que ha sucedido en la otra vida: Mi vida paralela que llevo mientras duermo.

Los sueños son eso, la otra vida paralela que se lleva mientras se duerme: Hacemos y deshacemos, nos reímos y lloramos, nos contentamos y nos enojamos, ganamos y fracasamos; todo igual que en la vida real, e igualmente que en la vida real, nosotros somos los directores del dramón. Así que, años de conocimiento de mi vida mientras duermo, me han dado las herramientas para manipularla un poco. De esta forma tengo sueños lúcidos; o igual que en las novelas de la vida real, pongo finales felices a los sueños tristes, y finales secos a los que ya se ponían horribles.

Ciertamente para muchos sueños no tengo un final satisfactorio, me despierto preguntándome por qué sigo inquieta por las mismas cosas, por qué algo tan absurdo se arregló con otra cosa que no tenía nada qué ver, etcétera. A veces me despierto ahogada en carcajadas, sin poder describir lo que me causa tanta gracia, teniendo en mi mente una nublada imagen de algo como un auto larguirucho pintado de cocodrilo; o bien una persona corriendo a la par de un autobús en el que yo voy arriba, intentando pasarme claves o trucos para vencer en tal o cual videojuego, algo que en mi vida despierta no tengo idea de lo que pueda implicar, ya que no sé absolutamente nada del tema.

Escribir los sueños ayuda, si no para comprender al instante, para recapitular y hacer un resumen de lo que se viene soñando desde hace tiempo. Es difícil recordar los sueños, eso lo sabemos todos, así como es difícil recordar números o nombres largos, o en general mucha información. Memorizar o recordar requiere un ejercicio mental, y este se puede lograr mediante su escritura en una hoja de papel. Es muchas veces imposible escribir diario cada que se despierta; pese a esto, se debe tratar de lograr lo más que pueda. En ocasiones, el simple hecho de esbozar unas cuantas palabras mal escritas, la idea en general, los personajes y el lugar, el sentimiento general del sueño, el humor, etcétera; ayuda a que más tarde, cuando se tenga tiempo, se recuerde un poco más lo que se ha soñado, algo así como escribir un mapa de pocas palabras.
Las inquietudes se resuelven a través de los sueños de la siguiente forma. Se escriben, detalladamente o no, los sueños que se van teniendo. Uno tiene que preguntarse las siguientes cosas:

  1.         ¿Cuál es el escenario?  Un bosque, una fiesta, un tren, un funeral, una montaña, la propia casa, la casa de la infancia, la casa del futuro, una tienda departamental, un territorio ajeno, etcétera.
  2.         ¿Cuál es el humor del sueño? Miedo, frustración, pérdida, aburrimiento, coraje, enojo, sexualidad, alegría, cotidianeidad, tensión, inseguridad, etcétera.
  3.        ¿Quién aparece? Animales salvajes, mascotas mías o ajenas, gigantes, personas amigables, familiares en conflicto, pájaros, personajes históricos, personas públicas, etcétera.
  4.        ¿Qué objetos al azar aparecen? Un reloj, una pizza, drogas, una revista, etcétera. Los objetos y los animales o insectos pueden ser un quién o un qué al mismo tiempo, no importa si anotas como objetos al perro de tu vecino, o si en quién, anotas a la modelo de la revista que sostenías en la mano durante el sueño. Lo importante es que consideres esas cosas aleatorias que aparecieron, muchas veces sin sentido.
  5.         ¿Qué problema se produjo en el sueño? Algunos de los personajes, incluyendo a uno mismo pudieron estar en conflicto con un objeto y propiciaron un humor de tensión, etc. Considera los eventos del sueño literalmente, ¿cuál fue el problema? Encender el carro, tomar un autobús a tiempo, escapar de una bestia, estar desnudo el primer día de clases; por ejemplo.
  6.        ¿Cómo se resolvió el sueño, dentro del sueño? Se destruyeron los objetos o los personajes huyeron de ellos, el sueño simplemente cambió de dirección evadiendo el problema, te diste cuenta que era un sueño y cambiaste el panorama, lloraste y te consolaron, por fin le diste esa bofetada, etc.
  7.       ¿Qué evocan estos símbolos, juntos en el mismo lugar y tiempo? Se cree que no se puede arrancar un proyecto y se queda uno atascado, alguna situación en tu vida te hace sentir “desnudo”, desesperadamente huyendo de alguna “bestia”. Los personajes te recuerdan a una situación pasada, a una situación que planeas para el futuro; los animales te hacen sentir ternura, odio, miedo; lo que te preguntan, o esperan de ti los personajes incluyendo a ti mismo, te alerta o estresa; los objetos tienen importancia, por ejemplo el reloj que no funciona cuando tienes una cita importante, tu familia te hace perder un vuelo para irte a tu nuevo destino, el anillo de tu esposo o esposa está en tu bolsillo y no lo/la encuentras a él/ella por ningún lado, etc.

Si el sueño no se resuelve y sólo te tiene flotando en el limbo, se puede escribir en la misma página, la forma en que tú lo terminarías para poder cerrarlo y desecharlo. Si se entiende perfectamente por qué se ha soñado tal o cual cosa, se puede escribir con honestidad por qué se siente uno de esta forma y después echarlo por el escusado. Habrá que recordar que estos ejercicios con los sueños tienen como objetivo conocer o percibirnos a nosotros mismos. Tampoco se pueden mezclar dos realidades e ir a hablar con la persona del sueño, pero en la vida real, y reclamarle por qué no siente o no dice o no hace en los sueños, puesto que hay que tener en cuenta que los sueños los escribimos nosotros mismos y todas las cosas que pasaron o no pasaron fue porque nosotros lo permitimos o no.

Cuando un mismo sueño se repite muchas veces, y causa ansiedad, ha de intentar interpretarse lo más pronto posible y ponerle un final distinto, un final que nos satisfaga, que nos haga felices. Con el tiempo, el sueño se irá repitiendo y, créanme, conseguiremos controlar el final dentro de él. Así pues, despertaremos menos pesados, habremos resuelto en una de nuestras vidas lo que tal vez no podemos en la otra.

Los sueños son, pues, esa bendición de poder actuar a nuestro beneficio (real, no egocéntrico), para poder resolver conflictos internos que no tienen salidas, o que sus salidas son más difíciles fuera de ellos.

Esta imagen fue tomada de este flickr, si es tuya y no deseas que esté aquí arriba, deja un comentario en esta entrada. Gracias.

sábado, 21 de agosto de 2010

Ser solitario

Quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta. – Carl Jung


Siempre he sido una persona introvertida, algunas veces más y en otras menos; las personas extrovertidas me asustan en algunas ocasiones, y yo a ellos también los incomodo.

La introversión no es necesariamente un mal hábito o una deficiencia emocional, es sencillamente una manera de entender el mundo y vivirlo, para algunas personas. El introvertido y el extrovertido no son forzosamente opuestos, sino complementarios. El primero necesita ser antes de hacer, y el segundo hacer para poder ser; esto quiere decir que el introvertido se conoce a sí mismo antes de actuar en el mundo, y el extrovertido se conoce a sí mismo a raíz de actuar en el mundo. El primero responde a su interior y el segundo al exterior.

Todos nos hemos sentido alguna vez vacíos; nos ha movido una urgencia por encontrar significado en la vida, por ser parte de algo grande, por trascender, servir o dedicar la vida y energía propias a la asistencia de alguna autoridad (para ciertas personas la autoridad puede ser uno mismo), terrenal o espiritual. Somos animales religiosos, como diría Carl Jung.

Somos parte de una civilización moderna llena de ansiedades y miedos, y la noción de que somos animales solitarios se ha vuelto un cliché: Enmascaramos nuestro aislamiento, pretendemos que somos una unidad o que estamos en contacto usando redes sociales, perteneciendo a equis o ye grupo con tal o cual estatus social; sin embargo, cuando nos encontramos en un tren, parados en medio de docenas de personas desconocidas, ni siquiera nos atrevemos a mirarlas, sonreírles o iniciar una conversación.


Un verdadero periodo de introversión es saludable, regularmente la imaginación y la vida creativa se despiertan. Si no tenemos compañía, lo que tengamos alrededor se convierte en ella, nos relacionamos con nuestros objetos, nuestras mascotas; las actividades creativas alzan el vuelo. En esta era no tenemos muchas oportunidades de introversión debido a las grandes ciudades, a tener que compartir la oficina, el auto, la vivienda, etcétera; pero no es una mala idea propiciarla, a final de cuentas estamos siguiendo un patrón rítmico y circular de la introversión a la extroversión. Siempre necesitaremos estar a solas después de estar entre multitudes, nos alivia poder hacerlo. Igualmente después de disfrutar de una etapa solitaria, experimentamos la necesidad de rodearnos de personas.

Se pueden buscar respuestas a nuestros conflictos internos por medio de dedicarnos un tiempo a nosotros mismos, el ejercicio de los sueños ayuda bastante. Si no obtienes soluciones por ti mismo, ¿en dónde más las puedes encontrar?

Piensa en El ermitaño, una figura arquetípica del hombre sabio y viejo, aquel que aparece en medio de la oscuridad cargando su lámpara de aceite, iluminando lo suficiente para ver su propio camino y para guiar a los que se han perdido. Así como él, todos los demás andamos buscando un camino que nos lleve a las respuestas, al tesoro que codiciamos; y también debemos andar en soledad para poder escucharnos. 



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viernes, 13 de agosto de 2010

Miedo a la muerte

Por muchos años tuve una fijación con la muerte, una especie de romance. Me atraía lo oculto, lo que hay más allá de la vida, lo que pasaba al morir. Experimenté la muerte de alguien cercano a mí cuando era adolescente, un amigo casi de mi misma edad, un fallecimiento inesperado. Tuve una adolescencia llena de ansiedad, de pesimismo, de esperanza por encontrar más vida en la muerte que en la propia vida, trabajando en una melancolía absurda por el dejarse morir, por el desaparecer del mundo.

Durante todo ese tiempo disfracé mi miedo a morir con una actitud de enfrentamiento simbólico en mi vida diaria, comencé divagando sobre las supuestas enfermedades que podría tener en el futuro, las posibles maneras de morir, lo que la gente hablaría de mí después del suceso, etcétera. Incluso procuré un diario suicida en el que anotaba posibles maneras de quitarme la vida. Bastante creativo. Me ocupé, pues, de vivir para morir.

Ese miedo, esa ansiedad.
La muerte es, al final, sólo la muerte y ya. La muerte es el fin. Según logro explicármelo y entenderlo, la muerte es el último trip (viaje) mental que encaramos. No sabemos cómo será, porque nunca hemos estado muertos y esto nos angustia mucho, así que creamos historias para no sentirnos tan desprotegidos ante lo inexplicable. Ideamos la vida después de la muerte, la reencarnación y otras creencias que logran disfrazar lo que realmente significa morir.

Me parecía todo el tiempo que la muerte me seguía. Yo quería, si bien, que me siguiera, así que me la encontraba en todos lados. Los charlatanes que me leyeron la palma me decían que, el padre de mis hijos moriría joven, y yo me la creí, porque la muerte me seguía. Pero la muerte no es alguien, no es una energía. La enfermedad es real, pero la muerte como amenaza no existe.

El problema con la muerte es que se le ha puesto una carga negativa. Nos han hecho creer que morir, si no es malo, es triste. Sin embargo lo que es trágico no es morir, sino sobrevivir la muerte de alguien a quien queremos. No sé en qué momento decidimos que el muerto pensaba igual que nosotros y nos tomamos la libertad de llamarlo desdichado por haber “perdido la vida” cuando lo cierto es que no la perdió, sólo la terminó.

Si hay algo que tú, yo, y todos los demás compartimos, es tal espanto hacia la muerte. Está tatuado en el cerebro de todos los seres humanos pensantes que habitamos en esta tierra. No ha habido una sola persona en la historia de la humanidad que no se haya planteado la pregunta de ¿Qué es morir?, o ¿Cómo es morir? Así que, no estamos solos en nuestra inquietud.

Comúnmente me encuentro a mí misma pensando en la muerte, ya no en lo que pasará con lo demás cuando yo muera, sino en los últimos segundos de mi existencia. Fantaseo mucho con el dejar de latir de mi corazón, con el último soplo de oxígeno en mi cerebro, con las absurdas ideas confusas que vendrán a mi mente, los colores que veré, los dolores que sentiré o dejaré de sentir. Es normal que me provoque ansiedad hacerlo, porque estoy simulando algo que no conozco. Es usual que me ponga nerviosa, porque no habrá una segunda oportunidad para morir, porque no será una experiencia que ayude a la toma de decisiones de la posteridad, porque pensamos que si no morimos bien no vamos a poder remorir de la forma que queríamos.

Pero, ¿qué es morir bien? Y ¿Cómo carajos podríamos morir mal? Si morir es terminar, es ponerle punto final, es oír la última palabra y callar para siempre, sin opiniones, sin arrepentimientos, sin felicidad, sin amargura, sin dulzura, sin palabras, sin explicaciones, sin todo y sin nada.

Sin embargo sí hay algo que me reduce los niveles de angustia respecto a morir, y no solo eso, sino que me ha enseñado, poco a poco, a disfrutar de la sola representación mental de fallecer:
Somos parte de un mundo en el que las cosas no han sido creadas para nosotros, sino que fuimos creados igual que las demás cosas, hechos de lo mismo, y de formas muy parecidas. Animales y plantas, tenemos mucho en común, pero lo más importante es que estamos hechos de materia, todos en lo absoluto, de materia. Me ha ayudado pensar que, cuando en mi refrigerador conservo un tomate que no utilicé en la preparación de mis alimentos, lo coloco en la composta que tengo en mi jardín, y más tarde tendré fertilizante para el pasto y las flores. No existe un desperdicio en esta tierra que sea materia nacida de esta misma tierra. No estamos hechos de esa basura que creamos y que aún cuando tarde miles de años en degradarse en la tierra, termina siendo parte de la misma.

Si tenemos agua para beber que nos da salud no es porque un dios vino y nos hizo y luego creó un sinfín de productos y animales a nuestro servicio, sino que nosotros también estamos al servicio de la creación entera y unos sin otros no podríamos funcionar de la forma en que lo hacemos. Somos un producto evolucionado de algo que se inició, que se engendró con agua, con tierra, con todo lo que nos hace bien y con lo que convivimos. Entonces, el día de nuestra muerte no vamos a morir frustradamente sin ser esto o aquello, porque ya somos materia y nos transformaremos en otro tipo de materia que hará otras cosas, con o sin conciencia, con o sin libre albedrío, pero lo haremos.

No es tan sencillo como se lee, toma tiempo, toma mucha reflexión entender que eso es lo que somos y siendo lo que ya somos seremos parte de este hermoso lugar donde nacimos y tuvimos vida humana, sólo que de otra forma, que no conocemos, que no nos dirán, que será tal vez instintiva, que será vegetal quizá, que no nos explicarán con palabras, que no será necesario que se nos explique. Así de mágica puede ser la muerte, el final de toda esta complicación en la que exprimimos el cerebro y ponemos tanta energía y emoción, sólo la puerta que se cierra para que se abran otras de las que no nos vamos a enterar, pero ni siquiera importa.

Lo que importa es vivir hoy la vida que tenemos en el cuerpo que tenemos con la mente que ponemos a correr. No podemos preocuparnos del modo MUERTO mientras estamos en el modo VIVO, tenemos que hacer todo lo posible por funcionar mientras se vive, ya cuando muertos será lo que tenga que ser.

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martes, 27 de julio de 2010

Las palabras y oraciones como hechizos

Las palabras tienen el objetivo de comunicar ideas, positivas, negativas y neutrales. Expresamos buenos deseos y malos todo el tiempo, pero también establecemos un orden con la realidad: No creo que me vaya a ir bien, Creo que voy a tener suerte, Me molesta el tráfico, Me encanta la gente, No soy bueno para los negocios, Soy un idiota, etcétera. Pensamos algo y hacemos el decreto, nos ponemos el saco, el nombre, hacemos la regla a seguir.

Las palabras hechas nombres o adjetivos cumplen la misma función, nace un bebé y lo nombran Mauricio. El bebé no es nadie, no sabe quién es él hasta que le llaman Mauricio. El bebé no sabe que le quieren hasta que le dicen, Te quiero. Las palabras controlan las realidades. Lo que le digas a una persona manipula completamente una situación. Intenta recibiendo a tu amiga en tu casa diciéndole que se le ve mal el vestido y te darás cuenta de lo incómoda que se torna la situación. Es por eso que la adulación consigue más cosas que una mala actitud, porque las palabras son una especie de hechizos. Al que le va bien siempre está “pensando positivo” por más tedioso que se escuche.

Las oraciones religiosas –y aquí sólo puedo hablar de las cristianas/católicas, pues son las únicas que sé de primera mano, son exactamente eso: repetir y repetir hasta programar. Programan a la gente a ser pecadores, a ser culpables de la muerte del hijo de Dios, repitiendo Santa María Madre de Dios ruega por nosotros los pecadores. Las oraciones de todo tipo tienen el mismo poder, así que, ¿por qué no utilizar el formato de oración para reprogramarse otras cosas?

¿Han oído a las personas que todo el tiempo se llaman a sí mismas guapas? Podrán no ser guapas pero se la creen, y la realidad propia pesa primero que las otras, por eso cuando estamos decepcionados o entristecidos por algo muy fuerte que nos invade, no podemos ver las alegrías de los demás, o peor, las desgracias aún más grandes que tienen otros.

Algunas palabras, sobre todo las bien dichas, causan hechizos colectivos. Una canción para borrachera tiene más efecto en la gente si expresa el motivo de la embriaguez, si lo sabe explicar mejor, de una forma más poética y que haga ruido en nuestros corazones. Las canciones del cantante mexicano José José son una muestra irrebatible de esto. Hay siempre un motivo por el cual las letras de algunas canciones parecen quedarse más pronto en nuestra memoria y no logramos sacárnoslas de la boca. El humor con que se expresan es básico para que el ser humano las repita dependiendo de la situación que le acomode. Por ejemplo las frases del Chavo del 8, personaje marginado de la televisión mexicana que, cada que alguien se enojaba con él, este contestaba de una forma muy peculiar "Es que no me tienen paciencia" y la gente se calmaba o enternecía. Prueba contestando de la misma forma a alguien (en México) que se sulfure contigo y verás cómo cambia su rostro y su forma de hablarte.

Este es el trabajo del poeta, hacer hechizos, hipnotizar al lector, hacerle sentir lo que él siente. También es el trabajo de la publicidad, que muestran a una muchacha en minifalda consumiendo celulares y cosméticos, para después decir algo como Tú y yo somos iguales, Soy como tú. O las compañías de telefonía celular que hacen a la gente referirse a su servicio como si ellos mismos fueran el servicio: Yo soy Tel Cel, Yo soy Movistar. Creando consumismo al por mayor.

Desde que me di cuenta del enorme peso que tienen las palabras en nuestra vida, presté atención a cómo las estuve usando. No sólo eso sino que comencé a jugar con rimas y palabras formando especie de oraciones y poemas a mi conveniencia. Cuando más mal me fue, económicamente, escribí una plegaria que pegué junto a la puerta de mi casa, y la leí cada que abría o cerraba la puerta, en voz alta o entre dientes, hasta convertirla en tal repetición que ni me daba cuenta de lo que estaba diciendo ya. La había memorizado, conecté las líneas con el abrir y cerrar de la puerta tanto que cuando alguien más entraba o salía, a voz baja repetía la frase sin pensar.

Que se apague el sol, que se caiga la luna primero
antes que en esta casa falte el dinero.

Una oración básicamente hecha para programar a mi cerebro a que debía ubicarme y descubrir la manera de hacer $ efectivo, sin tener que estarme repitiendo todo el día, No te va bien, No se te ocurre nada, Estás mal. Evidentemente funcionó, hasta el momento en que olvidé para qué lo había hecho, que no fue más de una semana lo que me tomó memorizar un par de líneas. El día que alguien me llamó la atención y se rió de mí cuando las escuchó de mi boca, recordé que lo había hecho para que no me faltara el dinero, y afortunadamente no me había faltado; de alguna manera u otra había conseguido siempre tener un par de centavos para comer, transportarme y tomar café (para seguir pensando).

Tienen toda la libertad de usar mi oración para el dinero. Inténtalo, ¿por qué no? No tienes nada qué perder. Usa las palabras a tu ventaja. Crea tus propias oraciones, simples o complejas. Escribe un dicho que repitas cada que te llenes de nervios, para poder quitártelos de encima. Escribe tu presente, tu futuro, tu vida, tu realidad.

Vicente Huidobro, el poeta chileno, escribió que la vida es un viaje en paracaídas. Yo que he sido fan de sus palabras desde hace muchos años puedo decir que, cada que repito la frase, siento una especie de adrenalina por la vida.

Esta imagen fue tomada de este flickr. Si eres el autor y deseas que la baje, deja un comentario en esta entrada.

lunes, 26 de julio de 2010

Notas de un viaje en LSD

Todavía tiemblo, como terremoto. Y me lleno de escalofríos, de miedo.

No hay límites: cruza una línea.

Contrólalo: cruza otra. Esto y lo otro: cruza más.

No encontré con qué detenerle, Dios, Buda, Jehová, Jesús, el Jefe, Creador, Espacio en Blanco, etcétera, de renacer eternamente.

Aquí ando en medio de mis propias carcajadas, las de felicidad y las de locura. El Gran Gato que llevo dentro desafió uno de los portones principales del infierno. Y venció la batalla de hoy. Escuché el aullido más profundo del mundo y calcé mis pies en las fobias de Dios. “¿Quieres ser tú el Jefe? Aquí está mi Voluntad, Mujer, si pudieras, ¿Crees poder tomarla por un segundo?”

Y de esta forma, cada microorganismo dentro de mí se conjugó a cada otro microorganismo dentro y fuera del Universo. Escuché uno por uno los llantos durante segundos, lo más largos y los incontables, en el Espacio. Me inundó de placer el éxito del placer, en las más puras formas y sensaciones. A otra hora, El Más, mismo, construyó su propio altar, entonces yo le encendí hasta la última veladora, con esa chispa de magia que tenemos dentro los felinos. La calma estuvo muy serena, el CAOS enmayusculado, la vergüenza y el honor en idiomas alfanuméricos. No eran algo parecido, sino eran eso.

Yo, tan valiente, todos estos años. Con vigor, tan fuerte, tan lista para la acción. Pero hoy, allí estuve: derrumbándome, desparramándome, teniéndolo, con la cola entre las patas y nada más por una eternidad. Tuve ese espejo cristalino frente a mi cara, que soy yo misma, yo cantando cada que Dios entra o sale de escena. Esnifé el reflejo ya polvo, bastante cruel, del terror y la fe derretidas en la misma vasija. Completamente en blanco y con las palabras vacías. Con una coleta para nadar y un maullido que maldice al océano.

No sé si habrá una segunda batalla. Ya no estoy segura que podría librarla. Crucé la línea hoy, el hasta aquí, lo vi, lo tuve, lo pronuncié con la boca correcta. Que fuera una broma y ya, sólo que no lo es. No me siento ni segura de poder ser lo que era, o lo que fue, antes de hoy.

Ya sostengo estas líneas por un par de horas. Sigo asustada igual que lo estuve al escribir el primer renglón. Miedo de jugar a Dios alguna vez más. La simpatía por Dios me invade fuerte que, de hecho, siento vergüenza.

Un juego con reglas, de selva con hambre, mortíferas. Me he sobrevivido.


He tomado esta imagen de este
flickr.Si deseas que la baje, déjame un comentario en esta entrada.

La felicidad y la LSD


A pesar de lo que digan un millón de disciplinados sobre el uso de las drogas psicodélicas, aquél que las ha empleado por un largo tiempo, inclusive abusado, sabe que se encuentra en otro nivel mental y emocional más aventajado.

He pasado años leyendo a escritores, blogueros, artistas y científicos, repasando sus propias notas sobre su experiencia con la LSD, su experiencia con personas llámense amigos, pacientes, amantes, ídolos, compañeros, que hubieron tenido contacto y hasta relaciones estrechas con la LSD. No he leído hasta el día de hoy una queja sobre una larga utilización de la droga, excepto que los consumidores tienden a volverse paranoicos y desajustados sociales.

Y bueno, no es novedad que se vuelvan desencajados, eso es el primer y último síntoma de aquel quien abre los ojos y se encuentra con toda la verdad sobre el lugar en donde vive, las mentiras culturales, el set up de la tele, el cine y la religión. Vaya, para aquel que cree en la existencia de Dios, la experiencia con la LSD convierte esta fe en el verdadero compromiso con el universo en el que fue creado. Se da un golpe increíblemente fuerte al descubrir que la iglesia como institución malemplea la participación del humano en la religión y durante un tiempo es normal que la desesperanza, desilusión e incluso la depresión por no tener a qué amarrarse, algo que lo explique todo (de dónde venimos y a dónde vamos al morir) que no le cause ese vacío que ahora tiene y nunca tuvo antes, es normal que le pese tanto. Es normal que quiera morirse, todo se derrumbó bajo sus pies, ya no hay cielo, ya no hay infierno, el motivo para hacer el bien es otro y el motivo para evadir el mal también cambió.

Pero hundirse es para el que se acobarda, derrotado entre explicaciones rotas y mareos filosóficos. Muchos se intrigan y continúan su viaje, reaprendiendo desde otro punto de vista lo que ya les habían enseñado antes, como el verdadero motivo de los valores, el auténtico uso de las palabras, la forma en que los hábitos moldean el cerebro y en que la sociedad nos atrapa en la infelicidad.

Los libros de motivación personal son como un viaje en LSD versión doméstica. Se le enseña a la gente a respetarse, a honrar al prójimo, ayudar al enemigo para conseguir por medio de un karma (u otro término mal empleado) la felicidad que tanto anhela, que no es otra cosa que un ejercicio. La felicidad es un ejercicio. Si la felicidad fuera una película en el cine, pensaríamos que la felicidad es conseguir la entrada al cine y obtener un estatus social por haber conseguido asientos, cuando la felicidad es la película misma.

La LSD como otras drogas suelen ser usadas irresponsablemente. Los viajes elesedianos suelen compararse a las iluminaciones de aquellos quienes meditan y ayunan veintenas de días, proceso necesario para ayudar al cerebro a paulatinamente reconocer que existen otras realidades, que la mente tiene el poder necesario de romper el cascarón que se le ha puesto para que no piense y consuma y sirva a sus propios verdugos, sus líderes sociales que lo hacen infeliz. Entonces un viaje psicodélico de estos niveles (arriba de 60 microgramos, sí, MICRO) que llega de repente en un lugar no propicio, con música que altera y gente que no es de confianza, se puede convertir en un desagradable trip de terror y ansiedad mental. Todas las drogas son útiles si se saben utilizar y con responsabilidad.

Después de trece años de depresión y un pobre control de emociones, vivido entre sanatorios y psiquiatras, perdiendo empleos, parejas y amistades, consumí de 40 a 80 microgramos de LSD de una a dos, incluso en ocasiones tres veces por semana, durante un periodo de ocho a nueve meses, con sus debidos descansos y sus precisas locuras. Nunca fue tan difícil una terapia, jamás tan ardua la tarea de readaptación social, quedaron en mí secuelas de paranoia y otros rasgos de alta inteligencia. Sin embargo nunca había sido tan feliz, inclusive después que dejé de consumirla y despedí tiernamente a quienes me habían dado la espalda por ser diferente, jamás había experimentado la sustancia de la felicidad en las propias manos como lo hago ahora.
La LSD no destruye, amigos, destapa; pero es obligación nuestra la reconstrucción de la vida.

Esta imagen fue tomada de este flickr. Si quieres que la baje déjame un comentario en esta entrada.

domingo, 25 de julio de 2010

Explicando señales de magia

Desde el momento en que me conecté concientemente con mi lado mágico (o mi lado que cae redondito seducido en la magia) me comenzaron a llover señales por todos lados. Aquí he decidido contarles una:


Recién había encontrado varios libros sobre magia, sincronicidades y brujos, los estuve leyendo y comentando con mis amigos cercanos con quien comparto el interés. Parecía que uno de los libros, escrito especialmente por alguien considerado (por la mayor parte de la gente) como peligroso, se dirigiera personalmente a mí.


Los párrafos narraban experiencias parecidas a mi vida diaria y algunos de los mensajes eran, según yo, obvias respuestas a las preguntas que me estaba haciendo respecto a mi papel en la magia. Tenía miedo, igual que se le teme a cualquier cosa desconocida, sobre todo si no es científicamente avalada ni socialmente aceptada en las naciones cristianas. Me daba miedo meterme más al fondo de una cueva de la que a lo mejor no iba a poder salir, pensaba yo que a lo mejor terminaría entendiendo cosas para los demás inexplicables, cambiaría mis hábitos, mis amistades y relaciones familiares de golpe, y no sé cuántas cosas más que parecían amenazantes. Qué tal que no era yo sólo alguien atraído por el tema del ocultismo sino alguien sobre quien caerían responsabilidades gigantezcas que cambiarían absolutamente todo en mi vida, mis planes en mi carrera, mi pareja y más.


El día en que tuve más duda que nunca, salí a la calle. Debía salir por cuestiones de trabajo y tomé el tren al norte de la ciudad. En el trayecto seguí leyendo las líneas del libro previamente subrayadas por mí, lo que más me llamaba la atención y me causaba tal adrenalina. Al cambiar de tren, parada en la estación miré al cielo y a la ciudad entera, confronté mi miedo y dije en voz alta: Dame una señal.


No sé a quién le estaba pidiendo la señal, si al mundo o a quien se dirigía a mí en líneas en el libro, persona que ni siquiera vive aún. Seguí mi camino y al llegar a mi trabajo, después de saludar a las personas que allí estaban, al caminar hacia un patio viejo lleno de escombros en donde casualmente jamás me gusta meterme por si las arañas y los moscos, encontré un pedazo de alambre colgando del techo, enredado en plantas y telarañas. No demoró más de 1 segundo en revelarse mi nombre, mi nombre que ustedes no conocen pero les puedo decir, no es un nombre común. Los alambres y una ramita seca formaban las letras de mi nombre. Pensé que ahora sí me la había chutado de café y de tanto pensar, pero al llamar rapidamente a mis compañeros, todos leyeron mi nombre sin dificultad, ni siquiera tuve que decirles lo que había visto cuando ya todos estaban anonadados viendo mi nombre claramente en semejante escenario.


Según mi parecer, estas señales no son otra cosa que sincronicidades. Las sincronicidades, como para mí tienen mejor sentido, son lo que explicó Carl Jung alguna vez: la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal. Ejemplo? Hablar de una persona que no ves hace mucho tiempo y encontrártela ridículamente pronto.

La explicación vaga es que nuestro cerebro, y nuestra mente, funcionan dentro de nosotros igual que las leyes naturales afuera, sencillamente porque están hechas de lo mismo. Es por eso que somos capaces de medir ciertas cosas en el universo exterior, sin siquiera tener que viajar allá afuera, puesto que las leyes naturales de allá son aplicables acá dentro también, en las mismas circunstancias pero en diferentes niveles. Y eso precisamente explica por qué hay gente capaz de hacerse su propia buena suerte.


Seguido nos preguntamos por qué hay gente que siempre se gana cosas en la lotería, y por qué hay otra que por más que se esfuerza y trabaja nunca puede salir de su situación económica apretada? Por qué cuando nos obsesionamos con el sueño de alguna vez tener un deportivo convertible amarillo, vemos deportivos convertibles en la calle todo el tiempo? Todos juramos siempre ver señales que nos dicen o recuerdan cosas que nos dan vuelta el pensamiento de maneras intensas. Aquellos que se clavan con la física, resuelven una ecuación que les quiebra la cabeza mientras sentados en el restaurante, con la moral hasta el piso y la desesperación de no poder razonar, mirando el humo de su cigarrillo encuentran de manera simple las respuestas a cosas complejas.


El día que detenemos nuestro pensamiento para decir, Esto es lo que quiero hacer con mi vida, Quiero trabajar acá, Quiero estudiar allá, Quiero un proyecto así, Quiero una casa asá; a partir de ese día pareciera que todo lo que nos rodea nos dice por dónde empezar, qué incluír, etcétera. A la gente que le va bien le pasa lo mismo, no pierde tiempo usando sus errores recién cometidos en echarse la culpa, algo que es obvio, sino sigue caminando pensando en las posibles señales que pueda encontrarse para salir del mal paso.


Me tomó varios meses entender que la señal que encontré venía de mí misma. Y me tomó esfuerzo comprender que no significaba que soy alguien especial escogido por la casualidad y por un brujo muerto que escribió libros para que yo los leyera. Yo misma, como todo el mundo, siendo "incapaz de realizar milagro alguno" me disfracé del brujo (o me encomendé a él y al mundo entero enviador de mensajes y energías confusas) sin darme cuenta, para enviarme una señal a mí misma y realizar tal "milagro". Algo que el día de hoy llamo el milagro de haber enviado toda esa información psíquica a mí misma por medio de las palabras Dame una señal y haberlas convertido en realidad. Yo hice mi propia señal. Y el milagro es que yo, no creyendo en mí misma y mis poderes de realizar algo que realmente deseo, pude realizar ese deseo de confirmarme a mí misma que tenía el poder, como todos los demás también lo tienen, de modificar su realidad, de ver lo que quieren ver.

Semejante lección que me dejó, que
no soy escogida por alguien más ni por el mundo, sino por mí misma, a ser quien quiero ser. 


Esta foto ha sido tomada de este flickr. (Si es tuya y deseas que la baje de aquí, déjame un comentario en la entrada)

miércoles, 21 de julio de 2010

El Diablo en mi niñez

El Diablo representa al Mal, y el Mal no existe sin el Bien, (o por lo menos eso es lo que nos han enseñado la religión y otras disciplinas).

Desde que era yo niña, digamos unos 9 años de edad, el Diablo, o como lo quieran llamar (la tentación, el mal, etcétera), siempre llamó mi atención por sobre casi todas las cosas. En mi inocencia que ahora veo como una intuición, siempre quise ser "amiga del Diablo". No era lo que quizás estás pensando, no fui maldosa, tuve la misma cantidad de malas intenciones que buenas con la gente y los animales y lo que me rodeara, igual que otros niños. Sin embargo siempre me sentí muy atraída por aquello que mis padres y sus enseñanzas católicas llamaban el Mal.

Creo que lo que más reflexionaba sobre el Mal era que, en realidad, no podía ser completamente malo. De alguna forma entendía que donde había sombra era porque también había luz. La idea de El Diablo que yo me formé fue la de un pobre individuo a quien nadie quería. Yo también tenía la tonta idea de que nadie me quería, así que me sentía identificada.

Crecí en una familia y en un sistema religioso judeo-cristiano, me enrolaron a semejantes rituales como el bautismo, la primera comunión y la confirmación. Me hicieron temer de Dios, temer de renegar de él, temer de ir al infierno si le repudiaba y no me arrepentía de verdad. Y yo pensaba, cuando tenía unos once o doce años, que no debía insultar a Dios ni en pensamiento porque después, qué tal si no lograba arrepentirme a la hora de mi muerte? Cuidar cada mínimo pensamiento se convirtió en una obsesión.

A pesar del temor de Dios yo seguía tratando de hacer migas con El Diablo, y francamente esta actividad me inundaba de una tremenda satisfacción, me hacía sentir una santa. Pensaba yo que, debía ser mediador entre el Bien y el Mal dentro de mí, porque no soportaba que dos voces con diferentes opiniones (ahora entiendo esas voces eran 1. El razonamiento de mis padres y 2. Mi propio razonamiento), entraran en conflicto. Tanto el Bien representaba un papel tan importante como el Mal, su enemigo, tenía que entrar en acción todo el tiempo, en cada segundo de mi existencia.

Este fue mi primer acercamiento a los misterios, y a tratar de explicarme su papel en mi vida. La religión, no como institución sino como disciplina del espíritu, fue mi primer encuentro con lo desconocido, lo impalpable, lo oculto, lo indecifrable, lo inombrable, lo que se siente pero no se ve. Me empeñé en ser amiga del Diablo.

The soul of man is naturally religious. Like the sex instinct, the religious drive aims to unite the opposites.

(Esta fotografía la encontré en este flickr, no es de mi autoría. Si no quieres que use tu fotografía, por favor envíame un correo)