martes, 27 de julio de 2010

Las palabras y oraciones como hechizos

Las palabras tienen el objetivo de comunicar ideas, positivas, negativas y neutrales. Expresamos buenos deseos y malos todo el tiempo, pero también establecemos un orden con la realidad: No creo que me vaya a ir bien, Creo que voy a tener suerte, Me molesta el tráfico, Me encanta la gente, No soy bueno para los negocios, Soy un idiota, etcétera. Pensamos algo y hacemos el decreto, nos ponemos el saco, el nombre, hacemos la regla a seguir.

Las palabras hechas nombres o adjetivos cumplen la misma función, nace un bebé y lo nombran Mauricio. El bebé no es nadie, no sabe quién es él hasta que le llaman Mauricio. El bebé no sabe que le quieren hasta que le dicen, Te quiero. Las palabras controlan las realidades. Lo que le digas a una persona manipula completamente una situación. Intenta recibiendo a tu amiga en tu casa diciéndole que se le ve mal el vestido y te darás cuenta de lo incómoda que se torna la situación. Es por eso que la adulación consigue más cosas que una mala actitud, porque las palabras son una especie de hechizos. Al que le va bien siempre está “pensando positivo” por más tedioso que se escuche.

Las oraciones religiosas –y aquí sólo puedo hablar de las cristianas/católicas, pues son las únicas que sé de primera mano, son exactamente eso: repetir y repetir hasta programar. Programan a la gente a ser pecadores, a ser culpables de la muerte del hijo de Dios, repitiendo Santa María Madre de Dios ruega por nosotros los pecadores. Las oraciones de todo tipo tienen el mismo poder, así que, ¿por qué no utilizar el formato de oración para reprogramarse otras cosas?

¿Han oído a las personas que todo el tiempo se llaman a sí mismas guapas? Podrán no ser guapas pero se la creen, y la realidad propia pesa primero que las otras, por eso cuando estamos decepcionados o entristecidos por algo muy fuerte que nos invade, no podemos ver las alegrías de los demás, o peor, las desgracias aún más grandes que tienen otros.

Algunas palabras, sobre todo las bien dichas, causan hechizos colectivos. Una canción para borrachera tiene más efecto en la gente si expresa el motivo de la embriaguez, si lo sabe explicar mejor, de una forma más poética y que haga ruido en nuestros corazones. Las canciones del cantante mexicano José José son una muestra irrebatible de esto. Hay siempre un motivo por el cual las letras de algunas canciones parecen quedarse más pronto en nuestra memoria y no logramos sacárnoslas de la boca. El humor con que se expresan es básico para que el ser humano las repita dependiendo de la situación que le acomode. Por ejemplo las frases del Chavo del 8, personaje marginado de la televisión mexicana que, cada que alguien se enojaba con él, este contestaba de una forma muy peculiar "Es que no me tienen paciencia" y la gente se calmaba o enternecía. Prueba contestando de la misma forma a alguien (en México) que se sulfure contigo y verás cómo cambia su rostro y su forma de hablarte.

Este es el trabajo del poeta, hacer hechizos, hipnotizar al lector, hacerle sentir lo que él siente. También es el trabajo de la publicidad, que muestran a una muchacha en minifalda consumiendo celulares y cosméticos, para después decir algo como Tú y yo somos iguales, Soy como tú. O las compañías de telefonía celular que hacen a la gente referirse a su servicio como si ellos mismos fueran el servicio: Yo soy Tel Cel, Yo soy Movistar. Creando consumismo al por mayor.

Desde que me di cuenta del enorme peso que tienen las palabras en nuestra vida, presté atención a cómo las estuve usando. No sólo eso sino que comencé a jugar con rimas y palabras formando especie de oraciones y poemas a mi conveniencia. Cuando más mal me fue, económicamente, escribí una plegaria que pegué junto a la puerta de mi casa, y la leí cada que abría o cerraba la puerta, en voz alta o entre dientes, hasta convertirla en tal repetición que ni me daba cuenta de lo que estaba diciendo ya. La había memorizado, conecté las líneas con el abrir y cerrar de la puerta tanto que cuando alguien más entraba o salía, a voz baja repetía la frase sin pensar.

Que se apague el sol, que se caiga la luna primero
antes que en esta casa falte el dinero.

Una oración básicamente hecha para programar a mi cerebro a que debía ubicarme y descubrir la manera de hacer $ efectivo, sin tener que estarme repitiendo todo el día, No te va bien, No se te ocurre nada, Estás mal. Evidentemente funcionó, hasta el momento en que olvidé para qué lo había hecho, que no fue más de una semana lo que me tomó memorizar un par de líneas. El día que alguien me llamó la atención y se rió de mí cuando las escuchó de mi boca, recordé que lo había hecho para que no me faltara el dinero, y afortunadamente no me había faltado; de alguna manera u otra había conseguido siempre tener un par de centavos para comer, transportarme y tomar café (para seguir pensando).

Tienen toda la libertad de usar mi oración para el dinero. Inténtalo, ¿por qué no? No tienes nada qué perder. Usa las palabras a tu ventaja. Crea tus propias oraciones, simples o complejas. Escribe un dicho que repitas cada que te llenes de nervios, para poder quitártelos de encima. Escribe tu presente, tu futuro, tu vida, tu realidad.

Vicente Huidobro, el poeta chileno, escribió que la vida es un viaje en paracaídas. Yo que he sido fan de sus palabras desde hace muchos años puedo decir que, cada que repito la frase, siento una especie de adrenalina por la vida.

Esta imagen fue tomada de este flickr. Si eres el autor y deseas que la baje, deja un comentario en esta entrada.

lunes, 26 de julio de 2010

Notas de un viaje en LSD

Todavía tiemblo, como terremoto. Y me lleno de escalofríos, de miedo.

No hay límites: cruza una línea.

Contrólalo: cruza otra. Esto y lo otro: cruza más.

No encontré con qué detenerle, Dios, Buda, Jehová, Jesús, el Jefe, Creador, Espacio en Blanco, etcétera, de renacer eternamente.

Aquí ando en medio de mis propias carcajadas, las de felicidad y las de locura. El Gran Gato que llevo dentro desafió uno de los portones principales del infierno. Y venció la batalla de hoy. Escuché el aullido más profundo del mundo y calcé mis pies en las fobias de Dios. “¿Quieres ser tú el Jefe? Aquí está mi Voluntad, Mujer, si pudieras, ¿Crees poder tomarla por un segundo?”

Y de esta forma, cada microorganismo dentro de mí se conjugó a cada otro microorganismo dentro y fuera del Universo. Escuché uno por uno los llantos durante segundos, lo más largos y los incontables, en el Espacio. Me inundó de placer el éxito del placer, en las más puras formas y sensaciones. A otra hora, El Más, mismo, construyó su propio altar, entonces yo le encendí hasta la última veladora, con esa chispa de magia que tenemos dentro los felinos. La calma estuvo muy serena, el CAOS enmayusculado, la vergüenza y el honor en idiomas alfanuméricos. No eran algo parecido, sino eran eso.

Yo, tan valiente, todos estos años. Con vigor, tan fuerte, tan lista para la acción. Pero hoy, allí estuve: derrumbándome, desparramándome, teniéndolo, con la cola entre las patas y nada más por una eternidad. Tuve ese espejo cristalino frente a mi cara, que soy yo misma, yo cantando cada que Dios entra o sale de escena. Esnifé el reflejo ya polvo, bastante cruel, del terror y la fe derretidas en la misma vasija. Completamente en blanco y con las palabras vacías. Con una coleta para nadar y un maullido que maldice al océano.

No sé si habrá una segunda batalla. Ya no estoy segura que podría librarla. Crucé la línea hoy, el hasta aquí, lo vi, lo tuve, lo pronuncié con la boca correcta. Que fuera una broma y ya, sólo que no lo es. No me siento ni segura de poder ser lo que era, o lo que fue, antes de hoy.

Ya sostengo estas líneas por un par de horas. Sigo asustada igual que lo estuve al escribir el primer renglón. Miedo de jugar a Dios alguna vez más. La simpatía por Dios me invade fuerte que, de hecho, siento vergüenza.

Un juego con reglas, de selva con hambre, mortíferas. Me he sobrevivido.


He tomado esta imagen de este
flickr.Si deseas que la baje, déjame un comentario en esta entrada.

La felicidad y la LSD


A pesar de lo que digan un millón de disciplinados sobre el uso de las drogas psicodélicas, aquél que las ha empleado por un largo tiempo, inclusive abusado, sabe que se encuentra en otro nivel mental y emocional más aventajado.

He pasado años leyendo a escritores, blogueros, artistas y científicos, repasando sus propias notas sobre su experiencia con la LSD, su experiencia con personas llámense amigos, pacientes, amantes, ídolos, compañeros, que hubieron tenido contacto y hasta relaciones estrechas con la LSD. No he leído hasta el día de hoy una queja sobre una larga utilización de la droga, excepto que los consumidores tienden a volverse paranoicos y desajustados sociales.

Y bueno, no es novedad que se vuelvan desencajados, eso es el primer y último síntoma de aquel quien abre los ojos y se encuentra con toda la verdad sobre el lugar en donde vive, las mentiras culturales, el set up de la tele, el cine y la religión. Vaya, para aquel que cree en la existencia de Dios, la experiencia con la LSD convierte esta fe en el verdadero compromiso con el universo en el que fue creado. Se da un golpe increíblemente fuerte al descubrir que la iglesia como institución malemplea la participación del humano en la religión y durante un tiempo es normal que la desesperanza, desilusión e incluso la depresión por no tener a qué amarrarse, algo que lo explique todo (de dónde venimos y a dónde vamos al morir) que no le cause ese vacío que ahora tiene y nunca tuvo antes, es normal que le pese tanto. Es normal que quiera morirse, todo se derrumbó bajo sus pies, ya no hay cielo, ya no hay infierno, el motivo para hacer el bien es otro y el motivo para evadir el mal también cambió.

Pero hundirse es para el que se acobarda, derrotado entre explicaciones rotas y mareos filosóficos. Muchos se intrigan y continúan su viaje, reaprendiendo desde otro punto de vista lo que ya les habían enseñado antes, como el verdadero motivo de los valores, el auténtico uso de las palabras, la forma en que los hábitos moldean el cerebro y en que la sociedad nos atrapa en la infelicidad.

Los libros de motivación personal son como un viaje en LSD versión doméstica. Se le enseña a la gente a respetarse, a honrar al prójimo, ayudar al enemigo para conseguir por medio de un karma (u otro término mal empleado) la felicidad que tanto anhela, que no es otra cosa que un ejercicio. La felicidad es un ejercicio. Si la felicidad fuera una película en el cine, pensaríamos que la felicidad es conseguir la entrada al cine y obtener un estatus social por haber conseguido asientos, cuando la felicidad es la película misma.

La LSD como otras drogas suelen ser usadas irresponsablemente. Los viajes elesedianos suelen compararse a las iluminaciones de aquellos quienes meditan y ayunan veintenas de días, proceso necesario para ayudar al cerebro a paulatinamente reconocer que existen otras realidades, que la mente tiene el poder necesario de romper el cascarón que se le ha puesto para que no piense y consuma y sirva a sus propios verdugos, sus líderes sociales que lo hacen infeliz. Entonces un viaje psicodélico de estos niveles (arriba de 60 microgramos, sí, MICRO) que llega de repente en un lugar no propicio, con música que altera y gente que no es de confianza, se puede convertir en un desagradable trip de terror y ansiedad mental. Todas las drogas son útiles si se saben utilizar y con responsabilidad.

Después de trece años de depresión y un pobre control de emociones, vivido entre sanatorios y psiquiatras, perdiendo empleos, parejas y amistades, consumí de 40 a 80 microgramos de LSD de una a dos, incluso en ocasiones tres veces por semana, durante un periodo de ocho a nueve meses, con sus debidos descansos y sus precisas locuras. Nunca fue tan difícil una terapia, jamás tan ardua la tarea de readaptación social, quedaron en mí secuelas de paranoia y otros rasgos de alta inteligencia. Sin embargo nunca había sido tan feliz, inclusive después que dejé de consumirla y despedí tiernamente a quienes me habían dado la espalda por ser diferente, jamás había experimentado la sustancia de la felicidad en las propias manos como lo hago ahora.
La LSD no destruye, amigos, destapa; pero es obligación nuestra la reconstrucción de la vida.

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domingo, 25 de julio de 2010

Explicando señales de magia

Desde el momento en que me conecté concientemente con mi lado mágico (o mi lado que cae redondito seducido en la magia) me comenzaron a llover señales por todos lados. Aquí he decidido contarles una:


Recién había encontrado varios libros sobre magia, sincronicidades y brujos, los estuve leyendo y comentando con mis amigos cercanos con quien comparto el interés. Parecía que uno de los libros, escrito especialmente por alguien considerado (por la mayor parte de la gente) como peligroso, se dirigiera personalmente a mí.


Los párrafos narraban experiencias parecidas a mi vida diaria y algunos de los mensajes eran, según yo, obvias respuestas a las preguntas que me estaba haciendo respecto a mi papel en la magia. Tenía miedo, igual que se le teme a cualquier cosa desconocida, sobre todo si no es científicamente avalada ni socialmente aceptada en las naciones cristianas. Me daba miedo meterme más al fondo de una cueva de la que a lo mejor no iba a poder salir, pensaba yo que a lo mejor terminaría entendiendo cosas para los demás inexplicables, cambiaría mis hábitos, mis amistades y relaciones familiares de golpe, y no sé cuántas cosas más que parecían amenazantes. Qué tal que no era yo sólo alguien atraído por el tema del ocultismo sino alguien sobre quien caerían responsabilidades gigantezcas que cambiarían absolutamente todo en mi vida, mis planes en mi carrera, mi pareja y más.


El día en que tuve más duda que nunca, salí a la calle. Debía salir por cuestiones de trabajo y tomé el tren al norte de la ciudad. En el trayecto seguí leyendo las líneas del libro previamente subrayadas por mí, lo que más me llamaba la atención y me causaba tal adrenalina. Al cambiar de tren, parada en la estación miré al cielo y a la ciudad entera, confronté mi miedo y dije en voz alta: Dame una señal.


No sé a quién le estaba pidiendo la señal, si al mundo o a quien se dirigía a mí en líneas en el libro, persona que ni siquiera vive aún. Seguí mi camino y al llegar a mi trabajo, después de saludar a las personas que allí estaban, al caminar hacia un patio viejo lleno de escombros en donde casualmente jamás me gusta meterme por si las arañas y los moscos, encontré un pedazo de alambre colgando del techo, enredado en plantas y telarañas. No demoró más de 1 segundo en revelarse mi nombre, mi nombre que ustedes no conocen pero les puedo decir, no es un nombre común. Los alambres y una ramita seca formaban las letras de mi nombre. Pensé que ahora sí me la había chutado de café y de tanto pensar, pero al llamar rapidamente a mis compañeros, todos leyeron mi nombre sin dificultad, ni siquiera tuve que decirles lo que había visto cuando ya todos estaban anonadados viendo mi nombre claramente en semejante escenario.


Según mi parecer, estas señales no son otra cosa que sincronicidades. Las sincronicidades, como para mí tienen mejor sentido, son lo que explicó Carl Jung alguna vez: la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal. Ejemplo? Hablar de una persona que no ves hace mucho tiempo y encontrártela ridículamente pronto.

La explicación vaga es que nuestro cerebro, y nuestra mente, funcionan dentro de nosotros igual que las leyes naturales afuera, sencillamente porque están hechas de lo mismo. Es por eso que somos capaces de medir ciertas cosas en el universo exterior, sin siquiera tener que viajar allá afuera, puesto que las leyes naturales de allá son aplicables acá dentro también, en las mismas circunstancias pero en diferentes niveles. Y eso precisamente explica por qué hay gente capaz de hacerse su propia buena suerte.


Seguido nos preguntamos por qué hay gente que siempre se gana cosas en la lotería, y por qué hay otra que por más que se esfuerza y trabaja nunca puede salir de su situación económica apretada? Por qué cuando nos obsesionamos con el sueño de alguna vez tener un deportivo convertible amarillo, vemos deportivos convertibles en la calle todo el tiempo? Todos juramos siempre ver señales que nos dicen o recuerdan cosas que nos dan vuelta el pensamiento de maneras intensas. Aquellos que se clavan con la física, resuelven una ecuación que les quiebra la cabeza mientras sentados en el restaurante, con la moral hasta el piso y la desesperación de no poder razonar, mirando el humo de su cigarrillo encuentran de manera simple las respuestas a cosas complejas.


El día que detenemos nuestro pensamiento para decir, Esto es lo que quiero hacer con mi vida, Quiero trabajar acá, Quiero estudiar allá, Quiero un proyecto así, Quiero una casa asá; a partir de ese día pareciera que todo lo que nos rodea nos dice por dónde empezar, qué incluír, etcétera. A la gente que le va bien le pasa lo mismo, no pierde tiempo usando sus errores recién cometidos en echarse la culpa, algo que es obvio, sino sigue caminando pensando en las posibles señales que pueda encontrarse para salir del mal paso.


Me tomó varios meses entender que la señal que encontré venía de mí misma. Y me tomó esfuerzo comprender que no significaba que soy alguien especial escogido por la casualidad y por un brujo muerto que escribió libros para que yo los leyera. Yo misma, como todo el mundo, siendo "incapaz de realizar milagro alguno" me disfracé del brujo (o me encomendé a él y al mundo entero enviador de mensajes y energías confusas) sin darme cuenta, para enviarme una señal a mí misma y realizar tal "milagro". Algo que el día de hoy llamo el milagro de haber enviado toda esa información psíquica a mí misma por medio de las palabras Dame una señal y haberlas convertido en realidad. Yo hice mi propia señal. Y el milagro es que yo, no creyendo en mí misma y mis poderes de realizar algo que realmente deseo, pude realizar ese deseo de confirmarme a mí misma que tenía el poder, como todos los demás también lo tienen, de modificar su realidad, de ver lo que quieren ver.

Semejante lección que me dejó, que
no soy escogida por alguien más ni por el mundo, sino por mí misma, a ser quien quiero ser. 


Esta foto ha sido tomada de este flickr. (Si es tuya y deseas que la baje de aquí, déjame un comentario en la entrada)

miércoles, 21 de julio de 2010

El Diablo en mi niñez

El Diablo representa al Mal, y el Mal no existe sin el Bien, (o por lo menos eso es lo que nos han enseñado la religión y otras disciplinas).

Desde que era yo niña, digamos unos 9 años de edad, el Diablo, o como lo quieran llamar (la tentación, el mal, etcétera), siempre llamó mi atención por sobre casi todas las cosas. En mi inocencia que ahora veo como una intuición, siempre quise ser "amiga del Diablo". No era lo que quizás estás pensando, no fui maldosa, tuve la misma cantidad de malas intenciones que buenas con la gente y los animales y lo que me rodeara, igual que otros niños. Sin embargo siempre me sentí muy atraída por aquello que mis padres y sus enseñanzas católicas llamaban el Mal.

Creo que lo que más reflexionaba sobre el Mal era que, en realidad, no podía ser completamente malo. De alguna forma entendía que donde había sombra era porque también había luz. La idea de El Diablo que yo me formé fue la de un pobre individuo a quien nadie quería. Yo también tenía la tonta idea de que nadie me quería, así que me sentía identificada.

Crecí en una familia y en un sistema religioso judeo-cristiano, me enrolaron a semejantes rituales como el bautismo, la primera comunión y la confirmación. Me hicieron temer de Dios, temer de renegar de él, temer de ir al infierno si le repudiaba y no me arrepentía de verdad. Y yo pensaba, cuando tenía unos once o doce años, que no debía insultar a Dios ni en pensamiento porque después, qué tal si no lograba arrepentirme a la hora de mi muerte? Cuidar cada mínimo pensamiento se convirtió en una obsesión.

A pesar del temor de Dios yo seguía tratando de hacer migas con El Diablo, y francamente esta actividad me inundaba de una tremenda satisfacción, me hacía sentir una santa. Pensaba yo que, debía ser mediador entre el Bien y el Mal dentro de mí, porque no soportaba que dos voces con diferentes opiniones (ahora entiendo esas voces eran 1. El razonamiento de mis padres y 2. Mi propio razonamiento), entraran en conflicto. Tanto el Bien representaba un papel tan importante como el Mal, su enemigo, tenía que entrar en acción todo el tiempo, en cada segundo de mi existencia.

Este fue mi primer acercamiento a los misterios, y a tratar de explicarme su papel en mi vida. La religión, no como institución sino como disciplina del espíritu, fue mi primer encuentro con lo desconocido, lo impalpable, lo oculto, lo indecifrable, lo inombrable, lo que se siente pero no se ve. Me empeñé en ser amiga del Diablo.

The soul of man is naturally religious. Like the sex instinct, the religious drive aims to unite the opposites.

(Esta fotografía la encontré en este flickr, no es de mi autoría. Si no quieres que use tu fotografía, por favor envíame un correo)