lunes, 23 de agosto de 2010

Resolviendo inquietudes a través de los sueños

Comencé a escribir mis sueños desde los once años de edad. Al principio era solo una manera de mantener una especie de diario que no contara obviedades (según yo) y al final se convirtió en un ritual que, hasta el día de hoy, conservo.

Muchas personas manifiestan no tener sueños, o rara vez acordarse de ellos, lo cual a mí me robaría la salud, en mi particular caso; sin embargo en algunas facetas de mi vida me ha sido difícil, y más que en otras, recordar mis sueños. Le llamo Mi tolerancia, es una forma de darle nombre a ese candadito que no me deja recapitular lo que ha sucedido en la otra vida: Mi vida paralela que llevo mientras duermo.

Los sueños son eso, la otra vida paralela que se lleva mientras se duerme: Hacemos y deshacemos, nos reímos y lloramos, nos contentamos y nos enojamos, ganamos y fracasamos; todo igual que en la vida real, e igualmente que en la vida real, nosotros somos los directores del dramón. Así que, años de conocimiento de mi vida mientras duermo, me han dado las herramientas para manipularla un poco. De esta forma tengo sueños lúcidos; o igual que en las novelas de la vida real, pongo finales felices a los sueños tristes, y finales secos a los que ya se ponían horribles.

Ciertamente para muchos sueños no tengo un final satisfactorio, me despierto preguntándome por qué sigo inquieta por las mismas cosas, por qué algo tan absurdo se arregló con otra cosa que no tenía nada qué ver, etcétera. A veces me despierto ahogada en carcajadas, sin poder describir lo que me causa tanta gracia, teniendo en mi mente una nublada imagen de algo como un auto larguirucho pintado de cocodrilo; o bien una persona corriendo a la par de un autobús en el que yo voy arriba, intentando pasarme claves o trucos para vencer en tal o cual videojuego, algo que en mi vida despierta no tengo idea de lo que pueda implicar, ya que no sé absolutamente nada del tema.

Escribir los sueños ayuda, si no para comprender al instante, para recapitular y hacer un resumen de lo que se viene soñando desde hace tiempo. Es difícil recordar los sueños, eso lo sabemos todos, así como es difícil recordar números o nombres largos, o en general mucha información. Memorizar o recordar requiere un ejercicio mental, y este se puede lograr mediante su escritura en una hoja de papel. Es muchas veces imposible escribir diario cada que se despierta; pese a esto, se debe tratar de lograr lo más que pueda. En ocasiones, el simple hecho de esbozar unas cuantas palabras mal escritas, la idea en general, los personajes y el lugar, el sentimiento general del sueño, el humor, etcétera; ayuda a que más tarde, cuando se tenga tiempo, se recuerde un poco más lo que se ha soñado, algo así como escribir un mapa de pocas palabras.
Las inquietudes se resuelven a través de los sueños de la siguiente forma. Se escriben, detalladamente o no, los sueños que se van teniendo. Uno tiene que preguntarse las siguientes cosas:

  1.         ¿Cuál es el escenario?  Un bosque, una fiesta, un tren, un funeral, una montaña, la propia casa, la casa de la infancia, la casa del futuro, una tienda departamental, un territorio ajeno, etcétera.
  2.         ¿Cuál es el humor del sueño? Miedo, frustración, pérdida, aburrimiento, coraje, enojo, sexualidad, alegría, cotidianeidad, tensión, inseguridad, etcétera.
  3.        ¿Quién aparece? Animales salvajes, mascotas mías o ajenas, gigantes, personas amigables, familiares en conflicto, pájaros, personajes históricos, personas públicas, etcétera.
  4.        ¿Qué objetos al azar aparecen? Un reloj, una pizza, drogas, una revista, etcétera. Los objetos y los animales o insectos pueden ser un quién o un qué al mismo tiempo, no importa si anotas como objetos al perro de tu vecino, o si en quién, anotas a la modelo de la revista que sostenías en la mano durante el sueño. Lo importante es que consideres esas cosas aleatorias que aparecieron, muchas veces sin sentido.
  5.         ¿Qué problema se produjo en el sueño? Algunos de los personajes, incluyendo a uno mismo pudieron estar en conflicto con un objeto y propiciaron un humor de tensión, etc. Considera los eventos del sueño literalmente, ¿cuál fue el problema? Encender el carro, tomar un autobús a tiempo, escapar de una bestia, estar desnudo el primer día de clases; por ejemplo.
  6.        ¿Cómo se resolvió el sueño, dentro del sueño? Se destruyeron los objetos o los personajes huyeron de ellos, el sueño simplemente cambió de dirección evadiendo el problema, te diste cuenta que era un sueño y cambiaste el panorama, lloraste y te consolaron, por fin le diste esa bofetada, etc.
  7.       ¿Qué evocan estos símbolos, juntos en el mismo lugar y tiempo? Se cree que no se puede arrancar un proyecto y se queda uno atascado, alguna situación en tu vida te hace sentir “desnudo”, desesperadamente huyendo de alguna “bestia”. Los personajes te recuerdan a una situación pasada, a una situación que planeas para el futuro; los animales te hacen sentir ternura, odio, miedo; lo que te preguntan, o esperan de ti los personajes incluyendo a ti mismo, te alerta o estresa; los objetos tienen importancia, por ejemplo el reloj que no funciona cuando tienes una cita importante, tu familia te hace perder un vuelo para irte a tu nuevo destino, el anillo de tu esposo o esposa está en tu bolsillo y no lo/la encuentras a él/ella por ningún lado, etc.

Si el sueño no se resuelve y sólo te tiene flotando en el limbo, se puede escribir en la misma página, la forma en que tú lo terminarías para poder cerrarlo y desecharlo. Si se entiende perfectamente por qué se ha soñado tal o cual cosa, se puede escribir con honestidad por qué se siente uno de esta forma y después echarlo por el escusado. Habrá que recordar que estos ejercicios con los sueños tienen como objetivo conocer o percibirnos a nosotros mismos. Tampoco se pueden mezclar dos realidades e ir a hablar con la persona del sueño, pero en la vida real, y reclamarle por qué no siente o no dice o no hace en los sueños, puesto que hay que tener en cuenta que los sueños los escribimos nosotros mismos y todas las cosas que pasaron o no pasaron fue porque nosotros lo permitimos o no.

Cuando un mismo sueño se repite muchas veces, y causa ansiedad, ha de intentar interpretarse lo más pronto posible y ponerle un final distinto, un final que nos satisfaga, que nos haga felices. Con el tiempo, el sueño se irá repitiendo y, créanme, conseguiremos controlar el final dentro de él. Así pues, despertaremos menos pesados, habremos resuelto en una de nuestras vidas lo que tal vez no podemos en la otra.

Los sueños son, pues, esa bendición de poder actuar a nuestro beneficio (real, no egocéntrico), para poder resolver conflictos internos que no tienen salidas, o que sus salidas son más difíciles fuera de ellos.

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sábado, 21 de agosto de 2010

Ser solitario

Quien mira hacia fuera, sueña; quien mira hacia dentro, despierta. – Carl Jung


Siempre he sido una persona introvertida, algunas veces más y en otras menos; las personas extrovertidas me asustan en algunas ocasiones, y yo a ellos también los incomodo.

La introversión no es necesariamente un mal hábito o una deficiencia emocional, es sencillamente una manera de entender el mundo y vivirlo, para algunas personas. El introvertido y el extrovertido no son forzosamente opuestos, sino complementarios. El primero necesita ser antes de hacer, y el segundo hacer para poder ser; esto quiere decir que el introvertido se conoce a sí mismo antes de actuar en el mundo, y el extrovertido se conoce a sí mismo a raíz de actuar en el mundo. El primero responde a su interior y el segundo al exterior.

Todos nos hemos sentido alguna vez vacíos; nos ha movido una urgencia por encontrar significado en la vida, por ser parte de algo grande, por trascender, servir o dedicar la vida y energía propias a la asistencia de alguna autoridad (para ciertas personas la autoridad puede ser uno mismo), terrenal o espiritual. Somos animales religiosos, como diría Carl Jung.

Somos parte de una civilización moderna llena de ansiedades y miedos, y la noción de que somos animales solitarios se ha vuelto un cliché: Enmascaramos nuestro aislamiento, pretendemos que somos una unidad o que estamos en contacto usando redes sociales, perteneciendo a equis o ye grupo con tal o cual estatus social; sin embargo, cuando nos encontramos en un tren, parados en medio de docenas de personas desconocidas, ni siquiera nos atrevemos a mirarlas, sonreírles o iniciar una conversación.


Un verdadero periodo de introversión es saludable, regularmente la imaginación y la vida creativa se despiertan. Si no tenemos compañía, lo que tengamos alrededor se convierte en ella, nos relacionamos con nuestros objetos, nuestras mascotas; las actividades creativas alzan el vuelo. En esta era no tenemos muchas oportunidades de introversión debido a las grandes ciudades, a tener que compartir la oficina, el auto, la vivienda, etcétera; pero no es una mala idea propiciarla, a final de cuentas estamos siguiendo un patrón rítmico y circular de la introversión a la extroversión. Siempre necesitaremos estar a solas después de estar entre multitudes, nos alivia poder hacerlo. Igualmente después de disfrutar de una etapa solitaria, experimentamos la necesidad de rodearnos de personas.

Se pueden buscar respuestas a nuestros conflictos internos por medio de dedicarnos un tiempo a nosotros mismos, el ejercicio de los sueños ayuda bastante. Si no obtienes soluciones por ti mismo, ¿en dónde más las puedes encontrar?

Piensa en El ermitaño, una figura arquetípica del hombre sabio y viejo, aquel que aparece en medio de la oscuridad cargando su lámpara de aceite, iluminando lo suficiente para ver su propio camino y para guiar a los que se han perdido. Así como él, todos los demás andamos buscando un camino que nos lleve a las respuestas, al tesoro que codiciamos; y también debemos andar en soledad para poder escucharnos. 



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viernes, 13 de agosto de 2010

Miedo a la muerte

Por muchos años tuve una fijación con la muerte, una especie de romance. Me atraía lo oculto, lo que hay más allá de la vida, lo que pasaba al morir. Experimenté la muerte de alguien cercano a mí cuando era adolescente, un amigo casi de mi misma edad, un fallecimiento inesperado. Tuve una adolescencia llena de ansiedad, de pesimismo, de esperanza por encontrar más vida en la muerte que en la propia vida, trabajando en una melancolía absurda por el dejarse morir, por el desaparecer del mundo.

Durante todo ese tiempo disfracé mi miedo a morir con una actitud de enfrentamiento simbólico en mi vida diaria, comencé divagando sobre las supuestas enfermedades que podría tener en el futuro, las posibles maneras de morir, lo que la gente hablaría de mí después del suceso, etcétera. Incluso procuré un diario suicida en el que anotaba posibles maneras de quitarme la vida. Bastante creativo. Me ocupé, pues, de vivir para morir.

Ese miedo, esa ansiedad.
La muerte es, al final, sólo la muerte y ya. La muerte es el fin. Según logro explicármelo y entenderlo, la muerte es el último trip (viaje) mental que encaramos. No sabemos cómo será, porque nunca hemos estado muertos y esto nos angustia mucho, así que creamos historias para no sentirnos tan desprotegidos ante lo inexplicable. Ideamos la vida después de la muerte, la reencarnación y otras creencias que logran disfrazar lo que realmente significa morir.

Me parecía todo el tiempo que la muerte me seguía. Yo quería, si bien, que me siguiera, así que me la encontraba en todos lados. Los charlatanes que me leyeron la palma me decían que, el padre de mis hijos moriría joven, y yo me la creí, porque la muerte me seguía. Pero la muerte no es alguien, no es una energía. La enfermedad es real, pero la muerte como amenaza no existe.

El problema con la muerte es que se le ha puesto una carga negativa. Nos han hecho creer que morir, si no es malo, es triste. Sin embargo lo que es trágico no es morir, sino sobrevivir la muerte de alguien a quien queremos. No sé en qué momento decidimos que el muerto pensaba igual que nosotros y nos tomamos la libertad de llamarlo desdichado por haber “perdido la vida” cuando lo cierto es que no la perdió, sólo la terminó.

Si hay algo que tú, yo, y todos los demás compartimos, es tal espanto hacia la muerte. Está tatuado en el cerebro de todos los seres humanos pensantes que habitamos en esta tierra. No ha habido una sola persona en la historia de la humanidad que no se haya planteado la pregunta de ¿Qué es morir?, o ¿Cómo es morir? Así que, no estamos solos en nuestra inquietud.

Comúnmente me encuentro a mí misma pensando en la muerte, ya no en lo que pasará con lo demás cuando yo muera, sino en los últimos segundos de mi existencia. Fantaseo mucho con el dejar de latir de mi corazón, con el último soplo de oxígeno en mi cerebro, con las absurdas ideas confusas que vendrán a mi mente, los colores que veré, los dolores que sentiré o dejaré de sentir. Es normal que me provoque ansiedad hacerlo, porque estoy simulando algo que no conozco. Es usual que me ponga nerviosa, porque no habrá una segunda oportunidad para morir, porque no será una experiencia que ayude a la toma de decisiones de la posteridad, porque pensamos que si no morimos bien no vamos a poder remorir de la forma que queríamos.

Pero, ¿qué es morir bien? Y ¿Cómo carajos podríamos morir mal? Si morir es terminar, es ponerle punto final, es oír la última palabra y callar para siempre, sin opiniones, sin arrepentimientos, sin felicidad, sin amargura, sin dulzura, sin palabras, sin explicaciones, sin todo y sin nada.

Sin embargo sí hay algo que me reduce los niveles de angustia respecto a morir, y no solo eso, sino que me ha enseñado, poco a poco, a disfrutar de la sola representación mental de fallecer:
Somos parte de un mundo en el que las cosas no han sido creadas para nosotros, sino que fuimos creados igual que las demás cosas, hechos de lo mismo, y de formas muy parecidas. Animales y plantas, tenemos mucho en común, pero lo más importante es que estamos hechos de materia, todos en lo absoluto, de materia. Me ha ayudado pensar que, cuando en mi refrigerador conservo un tomate que no utilicé en la preparación de mis alimentos, lo coloco en la composta que tengo en mi jardín, y más tarde tendré fertilizante para el pasto y las flores. No existe un desperdicio en esta tierra que sea materia nacida de esta misma tierra. No estamos hechos de esa basura que creamos y que aún cuando tarde miles de años en degradarse en la tierra, termina siendo parte de la misma.

Si tenemos agua para beber que nos da salud no es porque un dios vino y nos hizo y luego creó un sinfín de productos y animales a nuestro servicio, sino que nosotros también estamos al servicio de la creación entera y unos sin otros no podríamos funcionar de la forma en que lo hacemos. Somos un producto evolucionado de algo que se inició, que se engendró con agua, con tierra, con todo lo que nos hace bien y con lo que convivimos. Entonces, el día de nuestra muerte no vamos a morir frustradamente sin ser esto o aquello, porque ya somos materia y nos transformaremos en otro tipo de materia que hará otras cosas, con o sin conciencia, con o sin libre albedrío, pero lo haremos.

No es tan sencillo como se lee, toma tiempo, toma mucha reflexión entender que eso es lo que somos y siendo lo que ya somos seremos parte de este hermoso lugar donde nacimos y tuvimos vida humana, sólo que de otra forma, que no conocemos, que no nos dirán, que será tal vez instintiva, que será vegetal quizá, que no nos explicarán con palabras, que no será necesario que se nos explique. Así de mágica puede ser la muerte, el final de toda esta complicación en la que exprimimos el cerebro y ponemos tanta energía y emoción, sólo la puerta que se cierra para que se abran otras de las que no nos vamos a enterar, pero ni siquiera importa.

Lo que importa es vivir hoy la vida que tenemos en el cuerpo que tenemos con la mente que ponemos a correr. No podemos preocuparnos del modo MUERTO mientras estamos en el modo VIVO, tenemos que hacer todo lo posible por funcionar mientras se vive, ya cuando muertos será lo que tenga que ser.

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