lunes, 26 de julio de 2010

La felicidad y la LSD


A pesar de lo que digan un millón de disciplinados sobre el uso de las drogas psicodélicas, aquél que las ha empleado por un largo tiempo, inclusive abusado, sabe que se encuentra en otro nivel mental y emocional más aventajado.

He pasado años leyendo a escritores, blogueros, artistas y científicos, repasando sus propias notas sobre su experiencia con la LSD, su experiencia con personas llámense amigos, pacientes, amantes, ídolos, compañeros, que hubieron tenido contacto y hasta relaciones estrechas con la LSD. No he leído hasta el día de hoy una queja sobre una larga utilización de la droga, excepto que los consumidores tienden a volverse paranoicos y desajustados sociales.

Y bueno, no es novedad que se vuelvan desencajados, eso es el primer y último síntoma de aquel quien abre los ojos y se encuentra con toda la verdad sobre el lugar en donde vive, las mentiras culturales, el set up de la tele, el cine y la religión. Vaya, para aquel que cree en la existencia de Dios, la experiencia con la LSD convierte esta fe en el verdadero compromiso con el universo en el que fue creado. Se da un golpe increíblemente fuerte al descubrir que la iglesia como institución malemplea la participación del humano en la religión y durante un tiempo es normal que la desesperanza, desilusión e incluso la depresión por no tener a qué amarrarse, algo que lo explique todo (de dónde venimos y a dónde vamos al morir) que no le cause ese vacío que ahora tiene y nunca tuvo antes, es normal que le pese tanto. Es normal que quiera morirse, todo se derrumbó bajo sus pies, ya no hay cielo, ya no hay infierno, el motivo para hacer el bien es otro y el motivo para evadir el mal también cambió.

Pero hundirse es para el que se acobarda, derrotado entre explicaciones rotas y mareos filosóficos. Muchos se intrigan y continúan su viaje, reaprendiendo desde otro punto de vista lo que ya les habían enseñado antes, como el verdadero motivo de los valores, el auténtico uso de las palabras, la forma en que los hábitos moldean el cerebro y en que la sociedad nos atrapa en la infelicidad.

Los libros de motivación personal son como un viaje en LSD versión doméstica. Se le enseña a la gente a respetarse, a honrar al prójimo, ayudar al enemigo para conseguir por medio de un karma (u otro término mal empleado) la felicidad que tanto anhela, que no es otra cosa que un ejercicio. La felicidad es un ejercicio. Si la felicidad fuera una película en el cine, pensaríamos que la felicidad es conseguir la entrada al cine y obtener un estatus social por haber conseguido asientos, cuando la felicidad es la película misma.

La LSD como otras drogas suelen ser usadas irresponsablemente. Los viajes elesedianos suelen compararse a las iluminaciones de aquellos quienes meditan y ayunan veintenas de días, proceso necesario para ayudar al cerebro a paulatinamente reconocer que existen otras realidades, que la mente tiene el poder necesario de romper el cascarón que se le ha puesto para que no piense y consuma y sirva a sus propios verdugos, sus líderes sociales que lo hacen infeliz. Entonces un viaje psicodélico de estos niveles (arriba de 60 microgramos, sí, MICRO) que llega de repente en un lugar no propicio, con música que altera y gente que no es de confianza, se puede convertir en un desagradable trip de terror y ansiedad mental. Todas las drogas son útiles si se saben utilizar y con responsabilidad.

Después de trece años de depresión y un pobre control de emociones, vivido entre sanatorios y psiquiatras, perdiendo empleos, parejas y amistades, consumí de 40 a 80 microgramos de LSD de una a dos, incluso en ocasiones tres veces por semana, durante un periodo de ocho a nueve meses, con sus debidos descansos y sus precisas locuras. Nunca fue tan difícil una terapia, jamás tan ardua la tarea de readaptación social, quedaron en mí secuelas de paranoia y otros rasgos de alta inteligencia. Sin embargo nunca había sido tan feliz, inclusive después que dejé de consumirla y despedí tiernamente a quienes me habían dado la espalda por ser diferente, jamás había experimentado la sustancia de la felicidad en las propias manos como lo hago ahora.
La LSD no destruye, amigos, destapa; pero es obligación nuestra la reconstrucción de la vida.

Esta imagen fue tomada de este flickr. Si quieres que la baje déjame un comentario en esta entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario