lunes, 26 de julio de 2010

Notas de un viaje en LSD

Todavía tiemblo, como terremoto. Y me lleno de escalofríos, de miedo.

No hay límites: cruza una línea.

Contrólalo: cruza otra. Esto y lo otro: cruza más.

No encontré con qué detenerle, Dios, Buda, Jehová, Jesús, el Jefe, Creador, Espacio en Blanco, etcétera, de renacer eternamente.

Aquí ando en medio de mis propias carcajadas, las de felicidad y las de locura. El Gran Gato que llevo dentro desafió uno de los portones principales del infierno. Y venció la batalla de hoy. Escuché el aullido más profundo del mundo y calcé mis pies en las fobias de Dios. “¿Quieres ser tú el Jefe? Aquí está mi Voluntad, Mujer, si pudieras, ¿Crees poder tomarla por un segundo?”

Y de esta forma, cada microorganismo dentro de mí se conjugó a cada otro microorganismo dentro y fuera del Universo. Escuché uno por uno los llantos durante segundos, lo más largos y los incontables, en el Espacio. Me inundó de placer el éxito del placer, en las más puras formas y sensaciones. A otra hora, El Más, mismo, construyó su propio altar, entonces yo le encendí hasta la última veladora, con esa chispa de magia que tenemos dentro los felinos. La calma estuvo muy serena, el CAOS enmayusculado, la vergüenza y el honor en idiomas alfanuméricos. No eran algo parecido, sino eran eso.

Yo, tan valiente, todos estos años. Con vigor, tan fuerte, tan lista para la acción. Pero hoy, allí estuve: derrumbándome, desparramándome, teniéndolo, con la cola entre las patas y nada más por una eternidad. Tuve ese espejo cristalino frente a mi cara, que soy yo misma, yo cantando cada que Dios entra o sale de escena. Esnifé el reflejo ya polvo, bastante cruel, del terror y la fe derretidas en la misma vasija. Completamente en blanco y con las palabras vacías. Con una coleta para nadar y un maullido que maldice al océano.

No sé si habrá una segunda batalla. Ya no estoy segura que podría librarla. Crucé la línea hoy, el hasta aquí, lo vi, lo tuve, lo pronuncié con la boca correcta. Que fuera una broma y ya, sólo que no lo es. No me siento ni segura de poder ser lo que era, o lo que fue, antes de hoy.

Ya sostengo estas líneas por un par de horas. Sigo asustada igual que lo estuve al escribir el primer renglón. Miedo de jugar a Dios alguna vez más. La simpatía por Dios me invade fuerte que, de hecho, siento vergüenza.

Un juego con reglas, de selva con hambre, mortíferas. Me he sobrevivido.


He tomado esta imagen de este
flickr.Si deseas que la baje, déjame un comentario en esta entrada.

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